Veraneo con Lidia.- Capítulo 5: El encuentro
5.- El encuentro, por fin.
Mi mano tomó el pomo de la puerta de la habitación de Lidia. Mi respiración se agitó, me faltaba el aire. Mi corazón latía con tanta fuerza que podía oír sus latidos contra mi pecho. Mis rodillas temblaban, como si hubiera aprendido recientemente a caminar. Golpeé despacio la puerta con los nudillos. Dos golpecitos suaves, apenas perceptibles y abrí.
Lidia apenas tardó un par de segundos en ponerse de pie. La encontré camino de la puerta. Su imagen quedó dibujada en la penumbra de la habitación, como en un cuadro, una Venus desnuda saliendo de las aguas, caminando hacia mí. Increíblemente preciosa y seductora. Se había retocado el maquillaje y cepillado el pelo de nuevo. Llevaba otro de esos mini-tops ajustados que había estado luciendo estos días, también de color rojo. Sus pantalones cortos habían desaparecido, dejando cubierto su sexo sólo por un par de bragas negras. El top dejaba ver parte de ese vientre perfecto, expuesto para mí. Ella era mi sueño húmedo hecho realidad, bañado por la luz de la lámpara de la mesilla y la de una vela encendida con olor a vainilla, que habitualmente estaba en el cuarto de baño de invitados. Esas eran las únicas luces de la habitación. El aire que nos rodeaba era dulzón, embriagador, algo que mejoraba un poco más la experiencia que estaba sintiendo por todo mi cuerpo.
- Hola… - susurró, con una voz apenas audible - ¿no querías venir?
Estaba claro que la espera a solas se le había hecho eterna. Mi boca estaba ligeramente abierta y tenía que recordarme a mí misma que debía respirar a través de ella. Estaba tan nerviosa que se me olvidaba hacerlo.
- ¡Oh, Lidia…! ¡Cuánto te deseo, eres tan hermosa! - contesté también con un susurro.
Acerqué una mano movida por la necesidad imperiosa de tocar su piel. Mi palma se unió a su hombro, tibio y redondo. Era como si temiera que fuera a desaparecer de un momento a otro, como si se tratara de una ilusión. Me acerqué a ella un poco más y la atraje hacia mí tirando de su codo derecho. Mi otra mano bajó por detrás de su hombro y recorrió su espalda. Estábamos juntas, pero sin apenas rozarnos. Sus ojos se cerraron cuando se despertaron sus terminaciones nerviosas. Podía sentir sus pequeños escalofríos cuando mis dedos comenzaron a recorrer su espalda. Mi piel también tenía sus propias corrientes atravesándola, pero todas ellas corriendo al mismo lugar, a mi bajo vientre, a mi sexo.
Yo estaba algo nerviosa y algo aterrorizada por que íbamos demasiado lejos. El fantasear en la playa era una cosa, inofensiva, pero esto ....
Ella podía leer el miedo en mi cara mientras mi boca se abrió para hablar, cuestionar, hacer una posible conjetura. Puso su dedo a mis labios y me detuvo.
- Shhhh... no, Cris… -su susurro era casi desesperado- las dos queremos esto más que otra cosa. No digas nada…
Oh, Dios me ayude, ella tenía razón. Quité su dedo de mi boca y la miré a los ojos, brillantes por el deseo, tanto como los míos.
- Te quiero Lidia. Quiero hacer el amor contigo hasta quedar agotada y morir de amor entre tus brazos.
Sostuve su mano en mis labios y besé su dedo y luego el siguiente, y el siguiente, acariciando con suavidad el dorso de su mano. Ambas comenzamos a suspirar. Ella se acercó más a mí. Ahora sí, su cuerpo estaba tocando el mío, pecho contra pecho. Iba sin sujetador debajo de esa tela más ligera que mi propio camisón. La barrera era casi imperceptible. Solté su mano y le acaricié ambos lados de la cara. Sus ojos me dijeron todo lo que siempre había habido entre nosotras: el cariño, la confianza, la amistad .... y ahora el intenso deseo que los dos habíamos encontrado por sorpresa esta semana. Sus labios y mis labios estaban entreabiertos, hinchados por con el deseo de ser besados. Pude sentir el aliento de deseo y empuje despacio su boca a la mía.
El primer beso, como todos los maravillosos primeros besos era provisional, ya que nuestros labios apenas se tocaron. En ese primer contacto que pudimos sentir la suave exhalación de nuestras respiraciones, una contra otra. Mis dedos jugaban en su pelo mientras nos conectamos de nuevo, esta vez sintiendo la verdadera plenitud de los labios de la otra. Una vez más hubo una liberación entrecortada; pero a la siguiente, no quedaron más dudas, nuestras bocas se abrieron un poco más y con pasión se unieron con fuerza en un beso largo y cálido. Oh Dios, cuánto tiempo había pasado desde que había besado a otra chica... Besar a una mujer es para mí la experiencia más sensual, más excitante que pueda tener, algo que hasta que no pruebas, no crees que pueda existir. Nada es más agradable que los labios abiertos de otra chica al unísono con los tuyos. Su lengua fue lo primero en salir de su boca colándose en la mía. Yo jugaba con su pasión y con el frenesí de nuestras lenguas, mordiéndola o cerrando los labios para que no escapara ¿Y quién lo quería? Nuestro amor había comenzado en el nivel más básico, aunque yo podía sentir que su intensidad había llegado ya al punto de ebullición. Apretó su cuerpo contra el mío. Mi sexo estaba inflamado debajo de mi camisón, mis pezones erectos querían escaparse de mi pecho, cargados de electricidad.
Las corrientes recorrían nuestros cuerpos enlazados. Nuestras manos iban y venían de un lado al otro, queriendo palpar todos los huecos, todos los rincones, con fuerza, con pasión, bebiendo la una de la otra, respirando el aire de las bocas, queriendo absorbernos hasta el último aliento… Nos besamos hasta sentir congestionados nuestros labios y nuestras lenguas, con el deseo instalado en todos los puntos de nuestra anatomía, recorriendo sin dejar fuera ninguna de las partes de nuestros ardientes cuerpos.
Nos separamos para respirar un poco después de lo que me pareció una eternidad unidas en un vibrante abrazo, mientras nuestras manos eran pájaros inquietos revoloteando y llegando a todos los rincones, acariciándonos. Me sentía embriagada, veía todo a cámara lenta. Nuestros labios se separaron y mi lengua se deslizó a regañadientes fuera de ella y de su boca. Nuestras frentes se tocaron y nos miramos entornando los ojos. Tal vez dando la confirmación definitiva a que esto era correcto, que todo iba a ir bien ...
Besé sus labios de nuevo suavemente; luego, de inmediato, su mejilla. Mis manos comenzaron a jugar ahora sobre sus hombros. Recorrí con mis labios hacia abajo a la línea de su cuello hasta el hombro. Mi lengua rozó su piel con cada beso, dejando pequeñas manchas húmedas, para lograr las sensaciones placenteras que proporciona el aire fresco en contrapunto a su calidez. Yo había querido besar con mi boca su hermoso hombro durante toda la semana; podía comprobar su perfecta redondez con mis propios labios. La besé allí con la boca abierta, igual que si besara sus labios. Busqué su piel satinada con mi lengua. Sus hombros brillaban bajo mis besos, rozaba la nariz hacia atrás y adelante a través de la humedad, disfrutando del olor de mi saliva en su cuerpo. Los suspiros de Lidia llenaban la estancia y embotaban mis sentidos. La tensión en mi cuerpo se intensificó cuando me imaginé cubrir todo su cuerpo con mis besos húmedos.
Lidia me abrazó a ella y se movió hacia atrás, hacia la cama. Retrocedió hasta que se detuvo. Tiró suavemente de mi cara hacia arriba para mirarme. Ella me besó otra vez con furia, con su lengua entrando en lo más profundo de mi boca. Nuestros ojos permanecían abiertos, fijándose en los del otro, pidiendo a gritos satisfacer nuestros deseos, mostrando nuestras necesidades. Mirando a sus ojos supe que habían desaparecido las inhibiciones en ella esa noche. Me dijo con sus ojos todo lo que yo podría obtener de ella; también todo lo que tenía la intención de tomar de mí, todo lo que deseaba de mí. Dios, en ese momento sentí mi primer orgasmo.
Mientras nos besábamos encontré el borde de su top y tiré de él hacia arriba. Nos separamos lo justo. Me eché un poco hacia atrás para verla levantar los brazos sobre su cabeza y que pudiera quitárselo. Una barrera menos. Sus axilas eran tan sexys que querría dejar enterrada mi boca en ellas. Levanté el top por encima de su cabeza, dejando al descubierto sus pechos redondos, jóvenes, perfectos. Sus areolas eran ligeramente más oscuras que las mías, pero sus pezones eran similares en tamaño y color. Y estaban maravillosamente erectos.
- Oh Dios, Lidia, nunca he visto nada más hermoso.
Ella sólo sonrió con timidez, tal vez pensando que era un simple halago. Pero no estaba haciendo eso en absoluto, era la verdad. Ella era perfecta. No dije nada, pero en cambio me levanté el camisón por encima de mi cabeza, dejando al descubierto mi cuerpo desnudo ante sus ojos. Había llegado el momento de entregarme totalmente a ella.
Los labios de Lidia se separaron cuando me miró y pude oír, sentir, y casi ver, un suspiro escapando de su boca. Sus ojos mostraban una desesperación que yo sabía que eran reflejo de su exaltado deseo y de mis propios sentimientos. Mi respiración se entrecortaba, se producía a ráfagas. Pude sentir los diminutos pelos de mis brazos erizarse. Sentí la humedad escaparse de mi sexo. La empujé a la cama y cayó quedándose tumbada boca arriba. Me subí encima de ella y, de rodillas, abracé sus torneadas piernas con la parte interior de mis muslos, me incliné hacia delante poniendo mis manos a ambos lados de sus hombros y, sujetándome con los brazos, bajé mi pecho ligeramente hasta lograr impactar con mis pezones duros los de ella. Sentí su cuerpo agitarse al ritmo que lo hacía el mío. Nos quedamos allí por unos momentos disfrutando de los placeres que nuestros pechos se daban entre sí, esa lucha encarnizada entre nuestros pezones por ganar una batalla a los placeres de la carne. Al tiempo, no dejábamos de mirarnos a los ojos en señal de aprobación por tan estimulante juego.
Moví mi mano hasta la curva de su cintura justo por encima de la línea de sus bragas. Estas eran el último obstáculo para su desnudez; una pieza más de la ropa y ella sería mía por completo. Le acaricié los muslos con mis uñas y bajé hasta las rodillas asegurándome de que mis pechos hicieran un buen cepillado de su cuerpo durante todo el recorrido hacia abajo. Yo estaba de rodillas y mi cara sólo a unos centímetros de su sexo. Mis labios se separaron… Me faltaba el aire, tenía que hacer auténticos esfuerzos para poder cogerlo. Ella estaba ya tan excitada que incluso antes de que yo tocara sus bragas negras pude ver que estaban muy húmedas. Podía ver el contorno de su bosque de vello debajo, elevando la prenda ligeramente, al igual que la noche anterior. Pero esta vez yo estaba más cerca de ese monte; esta noche, por fin, iba a saborearla, iba a poseerla.
Apreté los labios a la redondez de su vientre justo por encima de la línea de sus bragas, otra fantasía finalmente cumplida. La besé allí una y otra vez. Su estómago se estremecía con cada toque. Podía oler el aroma de la excitación de su sexo. Besé sintiendo el elástico de la cintura de sus bragas debajo de mis labios y luego, finalmente, el material húmedo y la sensación de sus labios carnosos debajo. Mi mano se acercó a mi propio monte de Venus, mis dedos resbalaron a través de él hasta llegar a mi clítoris. Lo acaricié al tiempo que apretaba mi cara contra el sexo cubierto de Lidia. Gemí pegada a su sexo. Ella gemía también. Estaba saboreando su delicioso aroma ... mucho más fuerte y dulce de lo que había sido el de sus bragas de esa mañana. Lamí sus bragas, absorbiendo a través de la tela toda su humedad, saboreándola a través de ella. Su cuerpo se sacudió y ella se agarró a mis hombros para controlar sus espasmos de placer.
No podía esperar más. Introduje mis dedos dentro de la banda de las bragas y las deslicé por sus piernas, lanzándolas al suelo. Su coño quedo finalmente expuesto. Su vello púbico era así como yo había imaginado, un pequeño triángulo bien recortado de color marrón claro sobre un par de labios muy hinchados. Los aparté con mis dedos y pude contemplar en todo su esplendor su centro de placer. Era un volcán ardiente rezumando lava, coronado por un exultante clítoris que se levantaba orgulloso desafiando a mi lengua. Su visión hizo contraerse a mis propias regiones bajas. Mi boca se aferró a este manantial caliente, froté y me lavé los labios y la nariz contra ella, sintiendo su fuego, su humedad, su deliciosa suavidad… Expulsaba lava ardiente a borbotones y yo la bebía con ansia y desenfreno. Luego aspiraba sus olores con frenesí. Nunca ha habido nada mejor que el olor de la excitación femenina. Lidia se arqueaba tensando su cuerpo como una cuerda de violín. Un violín al que yo arrancaba sonidos de deseo y gozo, jadeos y suspiros, de movimientos convulsivos sin control, orgasmos por oleadas …
No aguantó tanto placer. Se incorporó doblando su cintura y, tomándome por los codos, me levantó y me atrajo contra su pecho, a una posición vertical. Se envolvió a mi alrededor presionando la suavidad de nuestros cuerpos juntos y nos besamos profundamente otra vez. Comió en mi boca con un nuevo tipo de frenesí el sabor de sus corridas y con sus manos me exploró la espalda hasta bajar a la redondez de mi trasero. Yo imitaba sus movimientos tirando de ella hacia mí mientras nuestros pechos y caderas se frotaban sin cesar. Nuestras lenguas estaban haciendo el amor la una a la otra. Nuestra saliva era un exquisito manjar, delicioso y dulce. Estábamos tan excitadas que cuando nuestras bocas se separaron por un instante, las hebras de nuestros flujos seguían conectando nuestras lenguas. Sus manos acariciaron con fuerza mis nalgas, abriéndolas, y sus dedos jugaron a entrar en la grieta. Tiró hacia afuera ligeramente con cada mano, separando mis nalgas aún más, dejando al descubierto mi región más privada, exponiéndola al aire y a sus caprichos. Debía saber lo bueno que era sentirse así, ser acariciada y penetrada, estar así de abierta. Sus dedos se duplicaban abriendo y acariciando mi culo. Suspiró fuertemente bebiendo el aliento de mi boca.
Sin romper el beso, Lidia me dio la vuelta para que mi espalda quedara contra la cama. Se colocó encima de mí y abrió mis piernas dibujando una uve con ellas. Levantó mis caderas de la cama y se tumbó encima de mí cubriendo mi cuerpo con el suyo. Abrí mis piernas un poco más y pude sentir su ardiente coño empujando contra el mío, nuestros clítoris rozándose. La atraje hacia mí abrazándola, empujando hacia abajo su culo para mantener nuestras ingles juntas y apretadas. Nos quedamos encajadas la una en la otra. Yo estaba realmente mareada por la lujuria y al borde de mi tercer orgasmo.
- Oh Dios, nena ... Esto es delicioso ... sigue, sigue, me voy a correr…- jadeé mientras nos besábamos
- ¡No, no…! - gimió, alejándose- quiero que te corras en mi boca ....
Me lo pedía a gritos con sus ojos.
Ella ajustó su posición para no quedarse cautiva de mis brazos. Por un instante me resultó insoportablemente, casi frustrante llevarme al borde del abismo y que luego se retirara. Pero no permitió que la decepción fuera muy duradera y comenzó a besarme bajando por mi cuello, por mis pechos. Su lengua estaba húmeda y caliente; dejó rastros de saliva a lo largo de ellos mientras los estrujaba con ambas manos y lamía alrededor de mis areolas, yendo de una a la otra con fruición, mordisqueando y succionando mis pezones a cada cambio. Eran más excitante de lo que hubiera pensado.
No se quedó mucho rato jugando con ellos; yo pedía a gritos correrme ya… Dejó un rastro de humedad por mi torso bajando a mi vientre, agitado por respiraciones convulsas. Yo estaba tan caliente que sentía el frescor de su saliva en mi piel. Sólo quería que mi cuerpo estuviera cubierto por completo, por todos los rincones, con esa humedad.
Uno de los puntos más sensibles en el cuerpo de cualquier persona es la parte inferior del abdomen, justo por encima de la línea de su vello púbico. Llegó a él y se detuvo. Recorrió con sus labios y su lengua toda el área provocando nuevos espasmos de placer; intensas vibraciones en toda mi región púbica. Abrí mis piernas al máximo invitándola a bajar aún más. Entendió sin problema el mensaje. Bajó su boca y al sentir el primer contacto de su lengua deslizándose por la abertura de mi coño, queriendo llegar a lo más profundo de mi ser, sentí que mi cuerpo estallaba en un orgasmo bestial y maravilloso. Grité sin control y, recordando que podía despertar con mis gemidos a la gente de los dormitorios de arriba, mordí la almohada para sofocar mis gruñidos y gemidos, mis estertores de placer, tensándome como un arco y empujando los labios de mi coño contra los labios de la boca de Lidia. Tras esta explosión de gozo, mis dedos comenzaron a jugar con la melena revuelta de mi prima, hasta que ella, zafándose de mi coño, levantó la cabeza, me miró y dijo con apenas un hilo de voz:
- Oh maldita seas Cris ... que deliciosa estás, que licor más rico sale de tu chocho.
Lamió y chupó mis labios hasta dejarlos casi secos. Podía oír cómo disfrutaba de mis jugos, cómo los saboreaba con glotonería queriendo arrancarme más y más licor. Dos de sus dedos me hacían cosquillas en el área sensible del perineo, justo entre mi coño y mi ano. Mientras colocaba sus labios alrededor de mi sensible clítoris, me metió dos dedos en el coño y un tercero, como sin querer, fue directo a mi agujero más secreto. Acarició levemente la entrada, busco el resquicio para poder entrar, presionó y lo introdujo sin apenas resistencia. Yo adoraba esto. Mis caderas se levantaron de gusto, y sus dedos quedaron aprisionados dentro de mí, hasta el fondo, buscando y rozando mi punto G. Me retorcía empujando contra su boca y sus dedos para que entraran más dentro de mí. Emitía gritos descontrolados acallados por la almohada, ruidos extraños, gruñidos casi inhumanos. Era un a****l en celo siendo poseído por mil demonios. Ella hacía los mismos ruidos a****les, comiéndose mi clítoris y bebiéndose mis jugos. Éramos una perfecta escultura, un amasijo de miembros retorcidos, de gestos descontrolados, de gruñidos… que producían en ambas una suma de intensas sensaciones. Agarré su cabeza y empujé mi coño con fuerza contra su boca. Eso la hizo gritar, tal vez de dolor, pero a mí ni siquiera me importaba. Todo mi coño pareció estallar contra su cara y pude sentir oleadas de humedad brotando de lo más íntimo de mi ser.
- Joder Lidia, me estoy corriendo otra vez.
Mi cuerpo se estremecía y convulsionaba sin control, los orgasmos me recorrían el cuerpo, concentrando todo el calor en mi chorreante coño. Su rostro estaba presionado contra mi abierto e hinchado sexo. Las olas de los orgasmos me sacudían una tras otra, igual que la mar brava bate contra los acantilados; el tiempo parecía haberse ralentizado, me faltaba el aire y aquello parecía no tener fin…
Creí morir…
Incluso después de que dejé de correrme, no dejaba de temblar. Sentí lágrimas saliendo de mis ojos, resbalando por mis mejillas. No eran lágrimas de culpa, ni de vergüenza, tampoco de tristeza o de felicidad. Creo que llegué a gozar de forma tan completa por cada poro de mi piel y de mi cuerpo, que cada parte había tenido su propio orgasmo, había sufrido los mismos espasmos…; toda, incluso los conductos lagrimales.
Cuando el temblor se detuvo, la levanté hasta mí. La boca y la barbilla de Lidia tenían aún restos de mi corrida. La atraje hacia mi rostro y besé y lamí mi propio semen de su cara. Yo disfrutaba del sabor de mis flujos vaginales y sé que a ella también le encantaban.
A pesar de mis múltiples corridas y de mi incipiente cansancio, el deseo de poseerla seguía intacto en mí, No quería ni podía esperar más para saborear su semen sobre mi cara y mi boca. Quería sentir su coño en mi cara y poder disfrutar del dulce néctar de sus corridas. Me había corrido como nunca, pero no estaba de completamente saciada... Quería mucho más.
Me di la vuelta para ponerme encima de ella. Me levanté de su cuerpo y le pedí que se pusiera boca abajo.
Ella dejó escapar un largo "mmm", intuyendo lo que eso significaba y se colocó de esa forma. Hizo gustosamente lo que le dije. Tumbada sobre su estómago alzaba en pompa ese hermoso culo voluptuoso, ahora en línea con mi coño. Recorrí con mis manos toda su espalda, hasta llegar a sus nalgas, las sobé un rato abriéndolas y relajándolas. Pude observar con lascivia su sexo hinchado y su precioso agujero anal, su esca****la marrón y su ojo central. Me acerqué y rocé con la punta de mi lengua esa escondida entrada; ella se dejaba hacer dando pequeños grititos al contacto de mi lengua hurgando en su ojete. Yo sabía que iba en buena dirección. Tras sucesivas embestidas, estaba completamente húmedo y dilatado, mi lengua entraba casi sin dificultad en él. Me incorporé y bajé para acariciar con mis manos la parte interna de sus muslos satinados. Moví su pierna derecha hacia arriba, doblándole la rodilla. A la luz de la vela de nuevo sus zonas más privadas se abrieron para mí. Me tumbé casi encima de ella, en línea con su cuerpo, en la misma posición, con mi pierna derecha acurrucada sobre la de ella, mis pechos apretados contra su espalda, mi pubis presionado contra sus nalgas. Esto siempre supone una sensación agradable cuando eres del mismo tamaño que la otra persona. Una cuchara perfecta. Le mudé el pelo a un lado y besé el interior de su cuello, susurrándola cosas dulces al oído. Mi mano derecha tiro de su nalga derecha hacia arriba y mi sexo encontró su ano. Ella gimió en la almohada y se apretó contra la sábana de debajo. Sé la intensidad que sentía; las dulces sensaciones de este íntimo contacto. La presión de mi pubis limpio de vello, de mi esponjoso, ardiente y chorreante coño y de mi hinchado y duro clítoris horadando su culo la llevaban al borde de la locura. Me follé el culo de Lidia con mi coño. Gemimos juntas, una y otra vez, hasta que sus sonidos me dijeron que estaba ya cerca del clímax. En ese momento me deslicé hacia abajo, recorriendo con mi lengua toda su espalda y me paré allí justo en la grieta protegida por sus dos enormes mejillas... Oh Dios mío, su culo palpitaba a la luz de las velas y brillaba por la humedad que había recibido de mi coño. Mi lengua se deslizó a través de su agujero y dos de mis dedos entraron en su también empapado coño. Ella levantó el culo y empujó hacia arriba contra mi lengua, gritando. Se abría para mí y para mi lengua. Como una fruta madura, el corazón de una papaya que cede ante el empuje del cuchillo, su ano cedió paso a mi lengua y ésta entró dentro. Podía sentir los músculos de su esfínter aprisionando mi lengua, reteniéndola por momentos o abriéndose para facilitar entradas más profundas. Mientras mis dedos martilleaban su coño saliendo y entrando de él con frenesí, follándola con furia.
- Oh, sí .... Lame mi culo... No pares… Me estoy corriendo… -susurró llena de gozo.
En ese momento sentí su culo apretando alrededor de mi lengua y los espasmos dentro de su coño. Una enorme corrida comenzó a salir de él empapando por entero mi mano. Bajé mi boca y presioné mis labios contra sus labios menores, no quería perder ni una sola gota de ese manantial de miel que era su sexo, quería saborear sus flujos y su orgasmo, el más intenso de la noche. Bebí, bebí y bebí, hasta tragar todo su semen. Me deleite con pasión, saboreando su delicioso néctar. Podría haber estado así durante muchas, muchas horas…
Nos quedamos en esta posición, quietas, ahogando nuestros gritos de placer. Pasados unos minutos su respiración se volvió más sosegada. Se fue tranquilizando. Ambas recobramos un ritmo cardiaco más sosegado. Ella dio un respingo cuando besé una vez más los labios de su coño, totalmente sensibles. Fue un beso de despedida, a pesar de no querer dejarlos.
Levantó la cabeza un poco, mirándome con esa hermosa cara marcada por el rubor sexual y los ojos de amor que se quedan después del orgasmo.
- Oh, Cris, no sabes cuánto te amo…Uuummm ha sido delicioso… Te quiero
Me arrastré hasta su espalda. Ella me beso los labios con dulzura y luego se volvió de lado, dándome la espalda. Nos encajamos en una precisa posición de cuchara, mis pechos una vez más contra su espalda y mis ingles pegadas a su culo. Su suave pelo me hacía cosquillas en la cara. Lo aparté y la besé el cuello y la oreja, susurrándola al oído:
- Yo también te quiero Lidia; eres perfecta.
No quedaban más tres o cuatro horas para que el sol saliera y la casa entrara en ebullición. Los niños y Alberto eran siempre muy mad**gadores. No podíamos perder un solo segundo más...
Mi mano tomó el pomo de la puerta de la habitación de Lidia. Mi respiración se agitó, me faltaba el aire. Mi corazón latía con tanta fuerza que podía oír sus latidos contra mi pecho. Mis rodillas temblaban, como si hubiera aprendido recientemente a caminar. Golpeé despacio la puerta con los nudillos. Dos golpecitos suaves, apenas perceptibles y abrí.
Lidia apenas tardó un par de segundos en ponerse de pie. La encontré camino de la puerta. Su imagen quedó dibujada en la penumbra de la habitación, como en un cuadro, una Venus desnuda saliendo de las aguas, caminando hacia mí. Increíblemente preciosa y seductora. Se había retocado el maquillaje y cepillado el pelo de nuevo. Llevaba otro de esos mini-tops ajustados que había estado luciendo estos días, también de color rojo. Sus pantalones cortos habían desaparecido, dejando cubierto su sexo sólo por un par de bragas negras. El top dejaba ver parte de ese vientre perfecto, expuesto para mí. Ella era mi sueño húmedo hecho realidad, bañado por la luz de la lámpara de la mesilla y la de una vela encendida con olor a vainilla, que habitualmente estaba en el cuarto de baño de invitados. Esas eran las únicas luces de la habitación. El aire que nos rodeaba era dulzón, embriagador, algo que mejoraba un poco más la experiencia que estaba sintiendo por todo mi cuerpo.
- Hola… - susurró, con una voz apenas audible - ¿no querías venir?
Estaba claro que la espera a solas se le había hecho eterna. Mi boca estaba ligeramente abierta y tenía que recordarme a mí misma que debía respirar a través de ella. Estaba tan nerviosa que se me olvidaba hacerlo.
- ¡Oh, Lidia…! ¡Cuánto te deseo, eres tan hermosa! - contesté también con un susurro.
Acerqué una mano movida por la necesidad imperiosa de tocar su piel. Mi palma se unió a su hombro, tibio y redondo. Era como si temiera que fuera a desaparecer de un momento a otro, como si se tratara de una ilusión. Me acerqué a ella un poco más y la atraje hacia mí tirando de su codo derecho. Mi otra mano bajó por detrás de su hombro y recorrió su espalda. Estábamos juntas, pero sin apenas rozarnos. Sus ojos se cerraron cuando se despertaron sus terminaciones nerviosas. Podía sentir sus pequeños escalofríos cuando mis dedos comenzaron a recorrer su espalda. Mi piel también tenía sus propias corrientes atravesándola, pero todas ellas corriendo al mismo lugar, a mi bajo vientre, a mi sexo.
Yo estaba algo nerviosa y algo aterrorizada por que íbamos demasiado lejos. El fantasear en la playa era una cosa, inofensiva, pero esto ....
Ella podía leer el miedo en mi cara mientras mi boca se abrió para hablar, cuestionar, hacer una posible conjetura. Puso su dedo a mis labios y me detuvo.
- Shhhh... no, Cris… -su susurro era casi desesperado- las dos queremos esto más que otra cosa. No digas nada…
Oh, Dios me ayude, ella tenía razón. Quité su dedo de mi boca y la miré a los ojos, brillantes por el deseo, tanto como los míos.
- Te quiero Lidia. Quiero hacer el amor contigo hasta quedar agotada y morir de amor entre tus brazos.
Sostuve su mano en mis labios y besé su dedo y luego el siguiente, y el siguiente, acariciando con suavidad el dorso de su mano. Ambas comenzamos a suspirar. Ella se acercó más a mí. Ahora sí, su cuerpo estaba tocando el mío, pecho contra pecho. Iba sin sujetador debajo de esa tela más ligera que mi propio camisón. La barrera era casi imperceptible. Solté su mano y le acaricié ambos lados de la cara. Sus ojos me dijeron todo lo que siempre había habido entre nosotras: el cariño, la confianza, la amistad .... y ahora el intenso deseo que los dos habíamos encontrado por sorpresa esta semana. Sus labios y mis labios estaban entreabiertos, hinchados por con el deseo de ser besados. Pude sentir el aliento de deseo y empuje despacio su boca a la mía.
El primer beso, como todos los maravillosos primeros besos era provisional, ya que nuestros labios apenas se tocaron. En ese primer contacto que pudimos sentir la suave exhalación de nuestras respiraciones, una contra otra. Mis dedos jugaban en su pelo mientras nos conectamos de nuevo, esta vez sintiendo la verdadera plenitud de los labios de la otra. Una vez más hubo una liberación entrecortada; pero a la siguiente, no quedaron más dudas, nuestras bocas se abrieron un poco más y con pasión se unieron con fuerza en un beso largo y cálido. Oh Dios, cuánto tiempo había pasado desde que había besado a otra chica... Besar a una mujer es para mí la experiencia más sensual, más excitante que pueda tener, algo que hasta que no pruebas, no crees que pueda existir. Nada es más agradable que los labios abiertos de otra chica al unísono con los tuyos. Su lengua fue lo primero en salir de su boca colándose en la mía. Yo jugaba con su pasión y con el frenesí de nuestras lenguas, mordiéndola o cerrando los labios para que no escapara ¿Y quién lo quería? Nuestro amor había comenzado en el nivel más básico, aunque yo podía sentir que su intensidad había llegado ya al punto de ebullición. Apretó su cuerpo contra el mío. Mi sexo estaba inflamado debajo de mi camisón, mis pezones erectos querían escaparse de mi pecho, cargados de electricidad.
Las corrientes recorrían nuestros cuerpos enlazados. Nuestras manos iban y venían de un lado al otro, queriendo palpar todos los huecos, todos los rincones, con fuerza, con pasión, bebiendo la una de la otra, respirando el aire de las bocas, queriendo absorbernos hasta el último aliento… Nos besamos hasta sentir congestionados nuestros labios y nuestras lenguas, con el deseo instalado en todos los puntos de nuestra anatomía, recorriendo sin dejar fuera ninguna de las partes de nuestros ardientes cuerpos.
Nos separamos para respirar un poco después de lo que me pareció una eternidad unidas en un vibrante abrazo, mientras nuestras manos eran pájaros inquietos revoloteando y llegando a todos los rincones, acariciándonos. Me sentía embriagada, veía todo a cámara lenta. Nuestros labios se separaron y mi lengua se deslizó a regañadientes fuera de ella y de su boca. Nuestras frentes se tocaron y nos miramos entornando los ojos. Tal vez dando la confirmación definitiva a que esto era correcto, que todo iba a ir bien ...
Besé sus labios de nuevo suavemente; luego, de inmediato, su mejilla. Mis manos comenzaron a jugar ahora sobre sus hombros. Recorrí con mis labios hacia abajo a la línea de su cuello hasta el hombro. Mi lengua rozó su piel con cada beso, dejando pequeñas manchas húmedas, para lograr las sensaciones placenteras que proporciona el aire fresco en contrapunto a su calidez. Yo había querido besar con mi boca su hermoso hombro durante toda la semana; podía comprobar su perfecta redondez con mis propios labios. La besé allí con la boca abierta, igual que si besara sus labios. Busqué su piel satinada con mi lengua. Sus hombros brillaban bajo mis besos, rozaba la nariz hacia atrás y adelante a través de la humedad, disfrutando del olor de mi saliva en su cuerpo. Los suspiros de Lidia llenaban la estancia y embotaban mis sentidos. La tensión en mi cuerpo se intensificó cuando me imaginé cubrir todo su cuerpo con mis besos húmedos.
Lidia me abrazó a ella y se movió hacia atrás, hacia la cama. Retrocedió hasta que se detuvo. Tiró suavemente de mi cara hacia arriba para mirarme. Ella me besó otra vez con furia, con su lengua entrando en lo más profundo de mi boca. Nuestros ojos permanecían abiertos, fijándose en los del otro, pidiendo a gritos satisfacer nuestros deseos, mostrando nuestras necesidades. Mirando a sus ojos supe que habían desaparecido las inhibiciones en ella esa noche. Me dijo con sus ojos todo lo que yo podría obtener de ella; también todo lo que tenía la intención de tomar de mí, todo lo que deseaba de mí. Dios, en ese momento sentí mi primer orgasmo.
Mientras nos besábamos encontré el borde de su top y tiré de él hacia arriba. Nos separamos lo justo. Me eché un poco hacia atrás para verla levantar los brazos sobre su cabeza y que pudiera quitárselo. Una barrera menos. Sus axilas eran tan sexys que querría dejar enterrada mi boca en ellas. Levanté el top por encima de su cabeza, dejando al descubierto sus pechos redondos, jóvenes, perfectos. Sus areolas eran ligeramente más oscuras que las mías, pero sus pezones eran similares en tamaño y color. Y estaban maravillosamente erectos.
- Oh Dios, Lidia, nunca he visto nada más hermoso.
Ella sólo sonrió con timidez, tal vez pensando que era un simple halago. Pero no estaba haciendo eso en absoluto, era la verdad. Ella era perfecta. No dije nada, pero en cambio me levanté el camisón por encima de mi cabeza, dejando al descubierto mi cuerpo desnudo ante sus ojos. Había llegado el momento de entregarme totalmente a ella.
Los labios de Lidia se separaron cuando me miró y pude oír, sentir, y casi ver, un suspiro escapando de su boca. Sus ojos mostraban una desesperación que yo sabía que eran reflejo de su exaltado deseo y de mis propios sentimientos. Mi respiración se entrecortaba, se producía a ráfagas. Pude sentir los diminutos pelos de mis brazos erizarse. Sentí la humedad escaparse de mi sexo. La empujé a la cama y cayó quedándose tumbada boca arriba. Me subí encima de ella y, de rodillas, abracé sus torneadas piernas con la parte interior de mis muslos, me incliné hacia delante poniendo mis manos a ambos lados de sus hombros y, sujetándome con los brazos, bajé mi pecho ligeramente hasta lograr impactar con mis pezones duros los de ella. Sentí su cuerpo agitarse al ritmo que lo hacía el mío. Nos quedamos allí por unos momentos disfrutando de los placeres que nuestros pechos se daban entre sí, esa lucha encarnizada entre nuestros pezones por ganar una batalla a los placeres de la carne. Al tiempo, no dejábamos de mirarnos a los ojos en señal de aprobación por tan estimulante juego.
Moví mi mano hasta la curva de su cintura justo por encima de la línea de sus bragas. Estas eran el último obstáculo para su desnudez; una pieza más de la ropa y ella sería mía por completo. Le acaricié los muslos con mis uñas y bajé hasta las rodillas asegurándome de que mis pechos hicieran un buen cepillado de su cuerpo durante todo el recorrido hacia abajo. Yo estaba de rodillas y mi cara sólo a unos centímetros de su sexo. Mis labios se separaron… Me faltaba el aire, tenía que hacer auténticos esfuerzos para poder cogerlo. Ella estaba ya tan excitada que incluso antes de que yo tocara sus bragas negras pude ver que estaban muy húmedas. Podía ver el contorno de su bosque de vello debajo, elevando la prenda ligeramente, al igual que la noche anterior. Pero esta vez yo estaba más cerca de ese monte; esta noche, por fin, iba a saborearla, iba a poseerla.
Apreté los labios a la redondez de su vientre justo por encima de la línea de sus bragas, otra fantasía finalmente cumplida. La besé allí una y otra vez. Su estómago se estremecía con cada toque. Podía oler el aroma de la excitación de su sexo. Besé sintiendo el elástico de la cintura de sus bragas debajo de mis labios y luego, finalmente, el material húmedo y la sensación de sus labios carnosos debajo. Mi mano se acercó a mi propio monte de Venus, mis dedos resbalaron a través de él hasta llegar a mi clítoris. Lo acaricié al tiempo que apretaba mi cara contra el sexo cubierto de Lidia. Gemí pegada a su sexo. Ella gemía también. Estaba saboreando su delicioso aroma ... mucho más fuerte y dulce de lo que había sido el de sus bragas de esa mañana. Lamí sus bragas, absorbiendo a través de la tela toda su humedad, saboreándola a través de ella. Su cuerpo se sacudió y ella se agarró a mis hombros para controlar sus espasmos de placer.
No podía esperar más. Introduje mis dedos dentro de la banda de las bragas y las deslicé por sus piernas, lanzándolas al suelo. Su coño quedo finalmente expuesto. Su vello púbico era así como yo había imaginado, un pequeño triángulo bien recortado de color marrón claro sobre un par de labios muy hinchados. Los aparté con mis dedos y pude contemplar en todo su esplendor su centro de placer. Era un volcán ardiente rezumando lava, coronado por un exultante clítoris que se levantaba orgulloso desafiando a mi lengua. Su visión hizo contraerse a mis propias regiones bajas. Mi boca se aferró a este manantial caliente, froté y me lavé los labios y la nariz contra ella, sintiendo su fuego, su humedad, su deliciosa suavidad… Expulsaba lava ardiente a borbotones y yo la bebía con ansia y desenfreno. Luego aspiraba sus olores con frenesí. Nunca ha habido nada mejor que el olor de la excitación femenina. Lidia se arqueaba tensando su cuerpo como una cuerda de violín. Un violín al que yo arrancaba sonidos de deseo y gozo, jadeos y suspiros, de movimientos convulsivos sin control, orgasmos por oleadas …
No aguantó tanto placer. Se incorporó doblando su cintura y, tomándome por los codos, me levantó y me atrajo contra su pecho, a una posición vertical. Se envolvió a mi alrededor presionando la suavidad de nuestros cuerpos juntos y nos besamos profundamente otra vez. Comió en mi boca con un nuevo tipo de frenesí el sabor de sus corridas y con sus manos me exploró la espalda hasta bajar a la redondez de mi trasero. Yo imitaba sus movimientos tirando de ella hacia mí mientras nuestros pechos y caderas se frotaban sin cesar. Nuestras lenguas estaban haciendo el amor la una a la otra. Nuestra saliva era un exquisito manjar, delicioso y dulce. Estábamos tan excitadas que cuando nuestras bocas se separaron por un instante, las hebras de nuestros flujos seguían conectando nuestras lenguas. Sus manos acariciaron con fuerza mis nalgas, abriéndolas, y sus dedos jugaron a entrar en la grieta. Tiró hacia afuera ligeramente con cada mano, separando mis nalgas aún más, dejando al descubierto mi región más privada, exponiéndola al aire y a sus caprichos. Debía saber lo bueno que era sentirse así, ser acariciada y penetrada, estar así de abierta. Sus dedos se duplicaban abriendo y acariciando mi culo. Suspiró fuertemente bebiendo el aliento de mi boca.
Sin romper el beso, Lidia me dio la vuelta para que mi espalda quedara contra la cama. Se colocó encima de mí y abrió mis piernas dibujando una uve con ellas. Levantó mis caderas de la cama y se tumbó encima de mí cubriendo mi cuerpo con el suyo. Abrí mis piernas un poco más y pude sentir su ardiente coño empujando contra el mío, nuestros clítoris rozándose. La atraje hacia mí abrazándola, empujando hacia abajo su culo para mantener nuestras ingles juntas y apretadas. Nos quedamos encajadas la una en la otra. Yo estaba realmente mareada por la lujuria y al borde de mi tercer orgasmo.
- Oh Dios, nena ... Esto es delicioso ... sigue, sigue, me voy a correr…- jadeé mientras nos besábamos
- ¡No, no…! - gimió, alejándose- quiero que te corras en mi boca ....
Me lo pedía a gritos con sus ojos.
Ella ajustó su posición para no quedarse cautiva de mis brazos. Por un instante me resultó insoportablemente, casi frustrante llevarme al borde del abismo y que luego se retirara. Pero no permitió que la decepción fuera muy duradera y comenzó a besarme bajando por mi cuello, por mis pechos. Su lengua estaba húmeda y caliente; dejó rastros de saliva a lo largo de ellos mientras los estrujaba con ambas manos y lamía alrededor de mis areolas, yendo de una a la otra con fruición, mordisqueando y succionando mis pezones a cada cambio. Eran más excitante de lo que hubiera pensado.
No se quedó mucho rato jugando con ellos; yo pedía a gritos correrme ya… Dejó un rastro de humedad por mi torso bajando a mi vientre, agitado por respiraciones convulsas. Yo estaba tan caliente que sentía el frescor de su saliva en mi piel. Sólo quería que mi cuerpo estuviera cubierto por completo, por todos los rincones, con esa humedad.
Uno de los puntos más sensibles en el cuerpo de cualquier persona es la parte inferior del abdomen, justo por encima de la línea de su vello púbico. Llegó a él y se detuvo. Recorrió con sus labios y su lengua toda el área provocando nuevos espasmos de placer; intensas vibraciones en toda mi región púbica. Abrí mis piernas al máximo invitándola a bajar aún más. Entendió sin problema el mensaje. Bajó su boca y al sentir el primer contacto de su lengua deslizándose por la abertura de mi coño, queriendo llegar a lo más profundo de mi ser, sentí que mi cuerpo estallaba en un orgasmo bestial y maravilloso. Grité sin control y, recordando que podía despertar con mis gemidos a la gente de los dormitorios de arriba, mordí la almohada para sofocar mis gruñidos y gemidos, mis estertores de placer, tensándome como un arco y empujando los labios de mi coño contra los labios de la boca de Lidia. Tras esta explosión de gozo, mis dedos comenzaron a jugar con la melena revuelta de mi prima, hasta que ella, zafándose de mi coño, levantó la cabeza, me miró y dijo con apenas un hilo de voz:
- Oh maldita seas Cris ... que deliciosa estás, que licor más rico sale de tu chocho.
Lamió y chupó mis labios hasta dejarlos casi secos. Podía oír cómo disfrutaba de mis jugos, cómo los saboreaba con glotonería queriendo arrancarme más y más licor. Dos de sus dedos me hacían cosquillas en el área sensible del perineo, justo entre mi coño y mi ano. Mientras colocaba sus labios alrededor de mi sensible clítoris, me metió dos dedos en el coño y un tercero, como sin querer, fue directo a mi agujero más secreto. Acarició levemente la entrada, busco el resquicio para poder entrar, presionó y lo introdujo sin apenas resistencia. Yo adoraba esto. Mis caderas se levantaron de gusto, y sus dedos quedaron aprisionados dentro de mí, hasta el fondo, buscando y rozando mi punto G. Me retorcía empujando contra su boca y sus dedos para que entraran más dentro de mí. Emitía gritos descontrolados acallados por la almohada, ruidos extraños, gruñidos casi inhumanos. Era un a****l en celo siendo poseído por mil demonios. Ella hacía los mismos ruidos a****les, comiéndose mi clítoris y bebiéndose mis jugos. Éramos una perfecta escultura, un amasijo de miembros retorcidos, de gestos descontrolados, de gruñidos… que producían en ambas una suma de intensas sensaciones. Agarré su cabeza y empujé mi coño con fuerza contra su boca. Eso la hizo gritar, tal vez de dolor, pero a mí ni siquiera me importaba. Todo mi coño pareció estallar contra su cara y pude sentir oleadas de humedad brotando de lo más íntimo de mi ser.
- Joder Lidia, me estoy corriendo otra vez.
Mi cuerpo se estremecía y convulsionaba sin control, los orgasmos me recorrían el cuerpo, concentrando todo el calor en mi chorreante coño. Su rostro estaba presionado contra mi abierto e hinchado sexo. Las olas de los orgasmos me sacudían una tras otra, igual que la mar brava bate contra los acantilados; el tiempo parecía haberse ralentizado, me faltaba el aire y aquello parecía no tener fin…
Creí morir…
Incluso después de que dejé de correrme, no dejaba de temblar. Sentí lágrimas saliendo de mis ojos, resbalando por mis mejillas. No eran lágrimas de culpa, ni de vergüenza, tampoco de tristeza o de felicidad. Creo que llegué a gozar de forma tan completa por cada poro de mi piel y de mi cuerpo, que cada parte había tenido su propio orgasmo, había sufrido los mismos espasmos…; toda, incluso los conductos lagrimales.
Cuando el temblor se detuvo, la levanté hasta mí. La boca y la barbilla de Lidia tenían aún restos de mi corrida. La atraje hacia mi rostro y besé y lamí mi propio semen de su cara. Yo disfrutaba del sabor de mis flujos vaginales y sé que a ella también le encantaban.
A pesar de mis múltiples corridas y de mi incipiente cansancio, el deseo de poseerla seguía intacto en mí, No quería ni podía esperar más para saborear su semen sobre mi cara y mi boca. Quería sentir su coño en mi cara y poder disfrutar del dulce néctar de sus corridas. Me había corrido como nunca, pero no estaba de completamente saciada... Quería mucho más.
Me di la vuelta para ponerme encima de ella. Me levanté de su cuerpo y le pedí que se pusiera boca abajo.
Ella dejó escapar un largo "mmm", intuyendo lo que eso significaba y se colocó de esa forma. Hizo gustosamente lo que le dije. Tumbada sobre su estómago alzaba en pompa ese hermoso culo voluptuoso, ahora en línea con mi coño. Recorrí con mis manos toda su espalda, hasta llegar a sus nalgas, las sobé un rato abriéndolas y relajándolas. Pude observar con lascivia su sexo hinchado y su precioso agujero anal, su esca****la marrón y su ojo central. Me acerqué y rocé con la punta de mi lengua esa escondida entrada; ella se dejaba hacer dando pequeños grititos al contacto de mi lengua hurgando en su ojete. Yo sabía que iba en buena dirección. Tras sucesivas embestidas, estaba completamente húmedo y dilatado, mi lengua entraba casi sin dificultad en él. Me incorporé y bajé para acariciar con mis manos la parte interna de sus muslos satinados. Moví su pierna derecha hacia arriba, doblándole la rodilla. A la luz de la vela de nuevo sus zonas más privadas se abrieron para mí. Me tumbé casi encima de ella, en línea con su cuerpo, en la misma posición, con mi pierna derecha acurrucada sobre la de ella, mis pechos apretados contra su espalda, mi pubis presionado contra sus nalgas. Esto siempre supone una sensación agradable cuando eres del mismo tamaño que la otra persona. Una cuchara perfecta. Le mudé el pelo a un lado y besé el interior de su cuello, susurrándola cosas dulces al oído. Mi mano derecha tiro de su nalga derecha hacia arriba y mi sexo encontró su ano. Ella gimió en la almohada y se apretó contra la sábana de debajo. Sé la intensidad que sentía; las dulces sensaciones de este íntimo contacto. La presión de mi pubis limpio de vello, de mi esponjoso, ardiente y chorreante coño y de mi hinchado y duro clítoris horadando su culo la llevaban al borde de la locura. Me follé el culo de Lidia con mi coño. Gemimos juntas, una y otra vez, hasta que sus sonidos me dijeron que estaba ya cerca del clímax. En ese momento me deslicé hacia abajo, recorriendo con mi lengua toda su espalda y me paré allí justo en la grieta protegida por sus dos enormes mejillas... Oh Dios mío, su culo palpitaba a la luz de las velas y brillaba por la humedad que había recibido de mi coño. Mi lengua se deslizó a través de su agujero y dos de mis dedos entraron en su también empapado coño. Ella levantó el culo y empujó hacia arriba contra mi lengua, gritando. Se abría para mí y para mi lengua. Como una fruta madura, el corazón de una papaya que cede ante el empuje del cuchillo, su ano cedió paso a mi lengua y ésta entró dentro. Podía sentir los músculos de su esfínter aprisionando mi lengua, reteniéndola por momentos o abriéndose para facilitar entradas más profundas. Mientras mis dedos martilleaban su coño saliendo y entrando de él con frenesí, follándola con furia.
- Oh, sí .... Lame mi culo... No pares… Me estoy corriendo… -susurró llena de gozo.
En ese momento sentí su culo apretando alrededor de mi lengua y los espasmos dentro de su coño. Una enorme corrida comenzó a salir de él empapando por entero mi mano. Bajé mi boca y presioné mis labios contra sus labios menores, no quería perder ni una sola gota de ese manantial de miel que era su sexo, quería saborear sus flujos y su orgasmo, el más intenso de la noche. Bebí, bebí y bebí, hasta tragar todo su semen. Me deleite con pasión, saboreando su delicioso néctar. Podría haber estado así durante muchas, muchas horas…
Nos quedamos en esta posición, quietas, ahogando nuestros gritos de placer. Pasados unos minutos su respiración se volvió más sosegada. Se fue tranquilizando. Ambas recobramos un ritmo cardiaco más sosegado. Ella dio un respingo cuando besé una vez más los labios de su coño, totalmente sensibles. Fue un beso de despedida, a pesar de no querer dejarlos.
Levantó la cabeza un poco, mirándome con esa hermosa cara marcada por el rubor sexual y los ojos de amor que se quedan después del orgasmo.
- Oh, Cris, no sabes cuánto te amo…Uuummm ha sido delicioso… Te quiero
Me arrastré hasta su espalda. Ella me beso los labios con dulzura y luego se volvió de lado, dándome la espalda. Nos encajamos en una precisa posición de cuchara, mis pechos una vez más contra su espalda y mis ingles pegadas a su culo. Su suave pelo me hacía cosquillas en la cara. Lo aparté y la besé el cuello y la oreja, susurrándola al oído:
- Yo también te quiero Lidia; eres perfecta.
No quedaban más tres o cuatro horas para que el sol saliera y la casa entrara en ebullición. Los niños y Alberto eran siempre muy mad**gadores. No podíamos perder un solo segundo más...
2 years ago