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Despertal anal.- Capítulo 2 - Mi amigo y su novio

Despertal anal.- Capítulo 2 - Mi amigo y su novio

Mi amigo Santi y yo estábamos sentados en su sala de estar bebiendo nuestra tercera cerveza.
- ¿Cómo te las arreglaste para correrte de nuevo?
- Estaba como un tren de vapor. Creo que fue uno de los orgasmos más poderosos que he
tenido. Pensé aquello no iba a tener fin, que la iba a follar hasta la muerte.
- ¿Y cuál fue su reacción al despertar y ser consciente de lo ocurrido? ¿Te mandó a la mierda o se mostró comprensiva por el efecto de tus excesos?
- ¡Dios no! Creo que estaba un poco aturdida, no imaginaba su increible respuesta al sexo anal. Solo quería que la abrazara. Al cabo de un rato decidimos darnos un baño juntos.
- ¡Jodido cabrón! - exclamó Santi – Acabas de conseguir una puta sumisa que hará siempre lo que tú quieras. Eres aforunado…
Nos reímos juntos. Muchas veces habíamos discutido las dificultades de Santi para que sus parejas sexuales
reconocieran que lo que querían era una buena follada.
- Los tíos homosexuales también suelen ponerse tensos cuando les hablo de darles por el culo. Eso es lo que de verdad quieren, pero tenemos que conjugar todos estos juegos sociales y tontos de pretender que todos somos esencialmente versátiles.
- ¿Nunca has dejado que uno de tus novios te folle a ti?
Sabía que Santi era más activo que pasivo a la hora del folleteo anal.
- ¡Oh, claro que sí! De vez en cuando tengo que poner el culo. Es la única forma en que puedo lograr que me dejen luego follarles a ellos - Santi tomó un trago de cerveza - Y supongo que a veces también deseo levantar mis piernas sobre los hombros de un afortunado y dejar que entre una buena polla en mi interior. Mentiría se te dijera que no me gusta… y mucho – rió.
- ¿De verdad? Pensé que eras estrictamente activo…
- ¡Oh, cariño, no me encasilles! La mayoría de las veces no es lo que necesito, pero lo que está claro es que el hecho de que tener una polla en el culo frotando la próstata y estimulando las terminaciones nerviosas mientras te corres es uno de los mayores placeres de la vida… – Su voz adquirió un tono casi majestuoso cuando terminó su elegato.
- ¡Jesús, eres tan jodidamente evangélico sobre la gran causa! ¿Es realmente tan bueno o es solo propaganda gay?
Se rió de mi pregunta
- ¡Oh vamos Lorenzo! Acabas de contarme cómo quedó de satisfecha y agradecida tu novia cuando la follaste el culo dos veces… Pues imagínate cómo es en un culo masculino. Créeme, la próstata marca la diferencia.
- Sí, sé todo sobre la puta próstata, gracias. Ya me lo has contado otras veces, pero aún así, solo de pensarlo me tenso.
El sonido del timbre del telefonillo interrumpió la conversación. Lorenzo se levantó y cogió el telefonillo, dijo algo inaudible para mí y apretó el botón de apetura de la puerta a quién quiera que fuera.
- Mario está aquí - dijo mientras se sentaba y recogía su cerveza.
Un pequeño vuelco agitó mi estómago. Mario era el novio actual de Santi. No empatizábamos mucho. Me resultaba difícil relacionarme con él. Santi había sido mi mejor amigo desde niños, fuimos juntos a la escuela. Cada vez que lo veía sentía que con él era homofóbico, Mario no me caía bien, no era mi tipo de hombre. Disfrutaba de la compañía de otros amigos gays de Santi, pero con Mario me parecía imposible tener una conversación seria, siempre tratando de coquetear conmigo. No es que me importara especialmente, pero siempre trataba de llevarlo demasiado lejos, hasta un punto en que me resultaba incómodo. Creo que esta era su intención, y por eso me resultaba difícil estar con él. Me había
prometido a mí mismo que haría un esfuerzo por el bien de Santi, pero había tratado de mantener las buenas maneras con Mario, haciendo un poco de tripas corazón, pues Santi parecía estar muy enamorado de él. Me preguntaba por qué, qué veía en él, cuando Mario irrumpió por la puerta principal.
- ¡Hola, cariño! - Santi se levantó para saludarlo y fue recompensado con un profundo beso, que Mario rompió cuando me vio sentado en el sofá.
- Lorenzo, Dios, ¡qué guapo estás! ¡Ven a saludar correctamente y deja de ser un tímido macho!
De mala gana me puse de pie e inmediatamente me abrazó. Los brazos musculosos de Mario se marcaban por debajo de su traje inmaculado. Olía a su colonia habitual, a madera, picante y cara. No era alto, pero se ejercitaba de manera compulsiva. Tantas horas de gym hacían que hubiera desarrollado un físico musculoso y tenso. Su cabello siempre estaba revuelto como un niño, y su rostro era solo el lado bonito de su persona. He de reconocer que era guapo: descarado y encantador, en lugar de plástico y agresivo. Me sonrió y luego me besó en los labios. Siempre lo hacía. Me llamó la atención el contraste entre su piel suave e hidratada y el toque de crecimiento de barba que rodeaba su boca. Me aparté y me senté. Mario inmediatamente saltó hacia donde Santi estaba sentado y se acomodó en su regazo, rodeando con el brazo el cuello de su novio. Santi parecía un gato hambriento a punto de tragarse el canario. Mario trabajaba en uno de los grandes bancos, tenía un puesto relevante en él. Acababa de celebrar una promoción con amigos del trabajo y estaba claramente más borracho que nosotros. Cualesquiera que fueran las expectativas placenteras que tenía para el resto de la noche, comenzaron a menguar cuando Mario comenzó a contarle a Santi sus incidencias laborales. Santi me miró por encima del hombro de Mario pidiéndome una sutil disculpa con la mirada. Sonreí y me encogí de hombros. Santi sabía que ahora yo estaba allí algo incómodo. Sin embargo, la exuberancia de Mario claramente estaba haciendo mella en Santi. Se estaba poniendo cachondo. Vi su cerveza agotada y estaba a punto de escaparme a la cocina para traer otras, cuando Mario se levantó de un salto.
- Perdóname, Lorenzo, por ser tan grosero. Lamento haberme metido de golpe en vuestra velada de amigos. Os he interrumpido y he sido egoísta hablando de cosas de trabajo. Déjame que te traiga otro trago, y cuando me hayas contado de qué hablabais, me iré a la otra habitación y los dejaré tranquilos.
Su actitud era tan abierta y avergonzada que mi tensión se calmó al instante por la calidez de su encanto. Me sonrojé y bajé la mirada.
- Ok. Les traeré un trago y cuando regrese me cuentan sus cotilleos – dijo al tiempo que salía del salón en dirección a la cocina.
La cocina de Santi era en realidad una cocina america. La separaba del salón una larga barra de mostrador con una amplia ventana que se comunicaba con él. Pudimos ver a Mario reaparecer en el otro lado del mostrador, abriendo la nevera y sacando tres botellas de cerveza.
- ¿Y de qué hablabais? – preguntó a través de la ventana
- ¡Oh, he estado tratando de hacer que Lorenzo entienda los placeres de ser follado! -gritó Santi, sonriéndome como un niño lascivo.
Me sentí mi cara sofoco de vergüenza mientras Mario volvió a entrar en la habitación.
- Bueno, ¿qué demonios sabrás tú sobre eso? - Mario lo regañó mientras se sentaba a mi lado en el sofá. Se volvió hacia mí conspirador:
- Honestamente, Lorenzo, cada vez que trato de acercarme a su trasero, se convierte en una
autética heroína defendiendo su bastión, una Agustina de Aragón apuntando con su cañón hacia los franceses, y se vuelve frío y aburrido…Jajaja.
Santi intentó balbucear una réplica, pero Mario tenía una audiencia.
- Eso sí, también es verdad que no suele ser muy a menudo cuando me apetece hurgar en sus regiones traseras ¿A quién pretendo engañar? ¡Soy una auténtica perra en las calles y en las sábanas! A mí lo que de verdad me vuelve loca es sentir su magnífica polla orodándome el culo durante horas. Me corro como una loba y quiero más y más cada vez que me lo hace. Además, Santi, es un gran follador, deberías probarlo… -rió a carcajadas
Su risa era franca y abierta. Sus ojos brillaban con picardía. Seguramente recoradaba sus embestidas más recientes y aún las podía saborear. Apartó un mechón de su cabello que le caía en la frente.
- Además, por si no lo sabes, estar debajo es bueno para las arrugas. Supongo que la gravedad no interviene cuando alguien trabaja encima de ti.
Todos nos reímos. Mario fue el anfitrión perfecto durante la siguiente hora más o menos, mientras nos contaba historias espeluznantes sobre un desastre financiero cercano y los hábitos extraños de su jefe, cuyo escritorio siempre estaba organizado en una compleja serie de simetrías geométricas. La verdad es que era buena compañía, jovial y reflexivo. Estaba empezando a cambiar mi opinión sobre él, especialmente porque no había intentado avergonzarme sexualmente.
Finalmente, no pude ignorar más la llamada de mi vejiga y pedí disculpas mientras me tambaleaba por el pasillo, más borracho de lo que esperaba, de camino al baño. El baño de Santi era un santuario para el dios del consumo gay. La colección de pociones y botellas de mi novia era insignificante comparándolas con éste. Me puse al lado de la taza del inodoro y saqué mi polla. Comencé a mear mientras admiraba mi figura el gran espejo. Veía un flujo contínuo de orina cayendo a la taza. El alivio fue maravilloso. Cuando la orina dejó de caer, tiré de la piel de mi prepucio arrugado, para sacudirme las últimas gotas. El glande al descubierto lucía brillante e hinchado. Me gustó verlo reflejado en el espejo.
Mis pensamientos volvieron a mi novia. Me sentía muy bien sabiendo el inmenso placer que la había procurado, cuánto me querría a partir de esa noche y las veces que podría repetir…Mi polla se estaba endureciendo solo de pensarlo. Me entraron unas ganas enormes de pajearme. Eché un vistazo a la pila de revistas encima del cesto de la ropa sucia, al lado del inodoro, por tener alguna estimulación visual añadida. Pero encontrar revistas de chicas en el baño de un hombre gay iba a ser algo difícil. Me incliné y hojeé las revistas apiladas. Eran las revistas corrientes de los quioscos: Hola, Semana, Lecturas… mezcladas con semanarios de algún periódico y algunas de tinte más específico: Muy interesante, Tendencias, Yoga y terapias alternativas… Todas de lo más corriente. Pero más abajo, al final del montón asomaron unas cuyas pastas eran satinadas y con colores de tono carne.
Saqué una revista cuya portada era un hombre desnudo de espaldas y en cuclillas, tirando de una de sus nalgas y mostrando ligeramente su agujero marrón. Su cuerpo era atlético, bien formado, y sus nalgas de lo más seductoras. “Freshmen”. Sentí un inesperado destello de curiosidad y emoción. Me senté en el inodoro y hojeé las páginas. Las fotos no eran de sexo explícito, sino buscando la erótica de la imagen y la seducción de los cuerpos. Los modelos eran espectaculares. Una imagen me llamó la atención. En ella dos hombres miraban hacia la cámara, uno detrás del otro, pero sus cabezas casi en el mismo plano. El de delante se inclinaba algo hacia delante, apoyándose en una mesa de escritorio, estaba semi descamisado, ofreciendo un pecho ancho y peludo; el de atrás le sujetaba con una mano en su hombro y la otra en su cadera. Por la expresión de su rostro parecía que le estaba dando un buen puntazo en el culo. Empecé a sacudir mi polla con más determinación. El de atrás tenía su rostro más serio, su boca dibujaba una mueca de esfuerzo. Era una sucesión de fotos en un despacho de trabajo, donde se contaba la historia de un jefe follándose a su secretario. Lo que más me excitó era ver la cara del hombre al que follaban. Era un hombre musculoso y muy varonil, con pecho y brazos musculosos, pero su cara, la expresión de su rostro era de puro éxtasis. Su boca estaba abierta, relajada, sus ojos estaban parcialmente cerrados y vidriosos. Su frente estaba cubierta con un ligero brillo de sudor y, entre sus muslos abiertos, aparecía su brillante polla circuncidada apuntando hacia su vientre. No podía imaginarme a un hombre disfrutando tanto de ser follado y que mantuviera una erección así.
De repente recuperé la conciencia de dónde estaba, de qué estaba haciendo de lo que estaba mirando. Y, sobre todo por lo que me estaba excitando. ¡Dios, no podía ser! Me puse de pie y metí mi polla rígida en mis pantalones. Una ola de repulsión me sacó de mi estado de absorción. Mi curiosidad por el sexo anal se estaba volviendo ridícula. Volví a meter la revista en el montón y me lavé las manos con esmero, frotando su también mi cara para eliminar cualquier atisbo de calentura. Abrí la puerta del baño y salí hacia la sala. La tarde había caido y estaba medio en penumbras. Fui a encender la luz para poder ver a mis anfitriones, pero me detuve al oir una especie de ruiditos y risas flojas. Los pelos de la nuca se me irizaron. Ahora era un suave murmullo. Reconocí el tono íntimo de los sonidos. Caminé por el pasillo y antes de entrar al salón, me detuve. Mis amigos no estaban en el sofá donde yo los había dejado. La luz del techo de esa cocina americana arrojaba un haz de luz tenue sobre el mostrador. No los podía ver, pero los escuchaba. No me atrevía a dar la vuelta a la columna que me separaba de la entrada al salón. Pero me asomé con prudencia, para no m*****ar.
Mario estaba apoyado con los codos sobre el mostrador de la cocina, mirando hacia su interior. Por suerte tenía la cabeza girada hacia el lado contrario de donde yo venía. No me pudo ver. Tenía los pantalones y la ropa interior bajados y enredados alrededor de los tobillos y la camisa subida por la espalda. Santi estaba pegado a él, bueno a su culo; con los pantalones semicaídos. Con sus nalgas apretadas y bombeando su polla dentro del culo de Mario. Tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Podía oir ahora con nitidez sus gruñidos por el esfuerzo y los gemidos casi silenciosos de Mario. El mete-saca era brutal. Vi una botella de aceite de oliva encima de la barra. Estaba claro que les había dado un apretón y habían utilizado el aceite como lubricante para un polvo rápido. Mario dio un enorme gemido echó sus caderas a un lado. La polla de Santi salió de su culo, apareció de repente ante mis ojos. Me sorprendió verlo. Era enorme. Como el brazo de un niño, bromeaba él, cuando hablaba de sus atributos. Habíamos compartido habitación durante un año, nos habíamos cambiado infinidad de veces en el gimnasio, pero no recordaba haber visto su polla antes, y mucho menos en ese estado. Era imponente, del tipo de pollas que ves en las películas porno de los setenta. Yo nunca había visto el pene erecto de otro hombre en vivo y en directo. Sentí una punzada de celos. Yo la quería tener también así.
“Mierda", exclamó Santi, al notar que se le salía la polla sin querer. Volvió a recorrer las nalgas de Mario en busca de su agujero con su polla. Estaba tan concentrado en ello que no me vio. Había girado la columna y estaba a un metro escaso de ellos. Mario se movió, impaciente con la ineptitud de su novio que no acertaba a entrar de nuevo. Metió una de sus manos por su entrepierna para agarrar el enorme pene y guiarlo de nuevo a su interior.
«Más arriba», susurró Mario. La polla de Santi brillaba por el aceite. Comenzó a desaparecer dentro del culo de Mario.
- ¡Oh, Dios! - el gemido de Mario fue profundo y gutural - Sí, fóllame, cariño, uuumm, como te siento… Me gusta sentir tu polla quemándome las entrañas… Quiero que te corras dentro… síííi´…. Sííí, así me gusta… - Mientras Santi le golpeaba el culo como un martillo neumático.
Me aparté de la puerta. Me ardía la cara. Mi corazón estaba acelerado. ¿Qué estaba haciendo allí parado viendo como mi mejor amigo gay se follaba a su pareja? ¿No habían reparado que yo estaba allí? Deseé haberme quedado en el baño, haberme masturbado. Mi polla se sentía ahora como una vara en mis pantalones. Podía sentirla dura y mojando mi ropa interior. No debería estar mirándolos. No deberían estar haciéndolo. Esto era sexo gay, en directo y sin censura. Fue insultante para mi heterosexualidad. Y, sin embargo, me sorprendió la virilidad de lo que estaba viendo. Se trataba de dos hombres homosexuales desnudos y excitados, sin ningún pudor, follando y disfrutando del sexo anal. No quise preguntarme, pero ¿por qué yo también estaba excitado? Estaba claro que era por la escena que contemplaba. Mi mano frotaba de forma automática el bulto en mis pantalones. Abrí el botón y bajé la cremallera. Saqué mi polla y comencé a masturbarme animadamente. Di un paso atrás y, sin querer pulsé el interruptor de la luz.
La estancia quedó iluminada del todo. Y Santi y Mario miraron hacia mí. La cara de Mario estalló en una gran carcajada. Santi no interrumpió su follada, tan solo dio un gruñido más a sus embestidas salvajes.
- Mierda, Lorenzo, lo siento… - atinó a disculparse- Pensamos que nos daría tiempo a echar uno rápido antes de que volvieras del baño.
Mario, al verme con la polla en la mano, me hizo señas pidiendo que me acercara a él
- No juegues tú solo, Lorenzo, ven – me ordenó.
Mario se giró y se alejó un poco del mostrador. Vi su polla pegada contra su vientre. Estaba depilado totalmente. Me gustó su aspecto. Santi tuvo que dejar de empujar para seguir conectado a él con el giro de su novio. Mario me volvió a llamar. Di un paso adelante. Acércate más, me pidió. Entonces se apoyó en mis caderas y metió mi pene en su boca. Lamió con su lengua alrededor del mi glande hinchado y húmedo. Luego me miró.
- Tienes una polla muy gorda, Lorenzo, como a mí me gustan. Me sonrió y luego hizo una mueca de placer al sentir que Santi reanudaba sus embates pélvicos.
Mario puso mi polla en su boca y de un solo movimiento, se la tragó entera. La sentí entrar en el anillo de su garganta. Mentiría si dijera que aquello no me volvió loco. Gemí de gusto. Mi polla no había sido chupada así desde hacía mucho tiempo. Comencé a moverme follando su boca, abandonándome a la sensación de ser engullido por ella. Podía sentir su cálido aliento en mi entrepierna, los cabezazos contra mi vientre cuando Santi lo empotraba brutalmente por detrás. Las manos de Mario seguían agarradas firmemente a mi cintura mientras trataba de mantenerse en equilibrio. El rostro de Santi le delataba: no estaba lejos del orgasmo. Yo estaba algo aturdido por el vigor de su puta, que estaba siendo follada por ambos agujeros. No podía imaginar cómo lo sentiría Mario.
Sentí que Mario desabrochaba del todo mi bragueta y me bajaba los pantalones hacia las rodillas. Sacó mi polla de su boca y me dio la vuelta. Me dejé hacer. Había perdido toda voluntad y me volví un buey manso en sus manos. Me inclinó un poco hacia adelante. Me sujeté en el respaldo de una silla cercana. Cuando me di cuenta de cuál era su intención, no lo pensé, llevé mis manos hacia mi culo y separé con ellas mis nalgas. Sentí su aliento en mi grieta. Un escalofrío me recorrió la columna. La suave humedad de su lengua se sentía obscena y deliciosa. Cuando se metió en mi agujero, me estremecí. Un ligero calambrazo recorrió mi cuerpo; luego me relajé con las cálidas y dulces sensaciones que comencé a sentir. Nadie me había chupado el culo antes. Le rogué a mi últimaa novia que me devolviera el favor por todas las veces que yo la había lamido su trasero, pero la idea le había parecido repugnante y no quiso hacérmelo. Ahora me di cuenta de lo egoísta que había sido. Sentí que me estaba derritiendo. Unas sensaciones cálidas se extendían desde mi ano. Al mismo tiempo, no pude evitar retorcerme y empujar para tratar de que la lengua de Mario llegara a lo más profundo de mis entrañas.
Detrás de mí, Santi parecía tener un orgasmo fuerte y violento. Se me ocurrió que debía tener una gran vista de mi grieta peluda. Quizás debería estas cortado ante esta situación: el follando a su novio y su novio chupándome el culo. Aunque fuera mi mejor amigo, la situación no parecía muy lógica. Esta noche nos habíamos visto desnudos y empalmados por primera vez. Yo lo había visto follándole los sesos a su novio. Y ahora me unía a ellos, empujando mi agujero abierto en la boca de su novio. ¿Qué hacía yo ahí? Yo era heterosexual, por el amor de Dios. Esto no es normal, pensé. Mi masculinidad estaba siendo amenazada. Sabía que no me atraía sexualmente ninguno de ellos. Santi y yo éramos amigos de siempre y habíamos compartido la mayoría de los momentos importantes de nuestras vidas ¿Pero esto…? No me gustan los hombres, pero no dejaba de entender que tanto Santi como Mario eran dos tipos atractivos. Santi era alto, más bien delgado y con bastante vello en el cuerpo; estaba en buena forma, aunque no hacía deporte alguno. Nunca había perdido el físico que había desarrollado jugando al baloncesto en la universidad. Había perdido en los últimos años la mayor parte de su cabello, por eso se rapaba casi al cero y tenía el aspecto de un joven moderno.
Yo era un tipo normal, para nada fanático de los gimnasios. Santi me confirmó que era gay al saber que veníamos juntos a estudiar a Madrid, a estudiar en la Complutense. Íbamos a compartir la misma habitación en la residencia de estudiantes. Me había parecido valiente y moderno al tiempo, era un ejemplo para todos aquellos que andaban dentro del armario aún. Era un tio varonil, nada afeminado, un auténtico hombre. Y jugaba muy bien a baloncesto. Nunca lo había visto avergonzarse ni pedir perdón por ser homosexual. Y, aunque no iba pregonándolo por ahí, tampoco lo escondía si llegaba el caso. Le había visto enfrentarse con valentía y decisión a más de uno. No aguantaba que alguien le menospreciara o insultara por su condición sexual. Sin violencia, pero con buenos argumentos y convicción. Era inteligente y sensible. Sabía cómo manejarse. Y también sabía que le gustaba relajarse, languidecer en baños de burbujas con velas y champán. Le respetaba y le quería -como amigo, vaya- Tenía muchos más motivos para quererlo que a la mayoría de los miembros de mi familia. Era más un hermano para mí que un amigo.
Sabía entonces, y sé ahora, que soy heterosexual y que me vuelven loco las mujeres. No podría decir otra cosa pues mentiría. Sin embargo, también tengo que reconocer mi obsesión sobre el sexo anal. Si soy sincero, es mi juego sexual favorito con las mujeres. Mi propio trasero ha sido una fuente principal de placer sexual para mí desde que me metí los dedos por primera vez. Y ante esta inesperada situación, no me sentí incómodo, sino todo lo contrario. Me sentí relajado y seguro con Santi a mi lado. Esta era una situación inigualable para mi primera experiencia. Un ambiente confortable y seguro para explorar otras formas de sexo. Sin embargo, todavía estaba algo reticente a seguir. No sabía hasta dónde quería o podría llegar. No quería hacer nada que amenazara mi relación con Santi. Tampoco sabía qué podían esperar de mí.
En ese momento se corrió entre convulsiones y gruñidos más fuertes. Mario debió sentir su corrida pues comenzó a emitir sonidos ininteligibles, entre los jadeos de Santi y los suyos. La cara de Santi pasó de estar constreñida por el esfuerzo a quedar obscenamente relajada, con la mirada totalmente pérdida. Estaba corriéndose en el culo de su novio, con estertores de placer supremo.
Sentí a Mario alejarse de mi trasero. Me enderecé y me di la vuelta. Santi retiraba la polla de su culo y se alejaba de él. Estaba claro que Mario no se había corrido. Su pene todavía seguía turgente y pegado a su barriga. No pude evitar mirar la polla de Santi. Era una enorme salchicha colgando entre sus piernas, amoratada, hinchada y resbaladiza por los jugos y el aceite lubricante. Ya no estaba empalmado, pero su tamaño seguía siendo obscenamente largo y grueso.
Vamos a ponernos más cómodos, Lorenzo, dijo Mario. Todavía no he terminado de lamer tu hermoso trasero. Su cara todavía estaba sonrojada, pero su mirada ya no estaba tan perdida. Iba hacia el dormitorio y me tendía la mano. Me sonreía con un encanto especial. Le devolví la sonrisa. Pero me sentí un tanto dubitativo. Miré a Santi, que intentaba limpiar la su pegajosa entrepierna y muslos con un pañuelo de papel. Me miró y dijo:
- No te sientas incómodo, Lorenzo. Si quieres ir, ve. Los tres nos conocemos bien y eres mi mejor amigo. ¡Disfrutemos esta noche tal como es, y la próxima semana te prometo que veremos el partido como si nada hubiera pasado! Tiró el pañuelo al cubo de la basura y se echó a reír.
Le sonreí y pensé para mis adentros, “está bien, amigo, quiero sentir de nuevo la lengua de Mario en mi ojete”. Troté por el pasillo de la mano de Mario hacia la habitación y salté sobre la cama, tumbándome de espaldas. Cuando Santi llegó, Mario estaba entre mis piernas con mi polla en lo más profundo de su garganta. Mi amigo cerró la puerta y se sentó en un sillón de cuero que tiene en una esquina del cuarto. Era un buen observatorio, sin duda. La extraordinaria técnica bucal de Mario había devuelto la tensión y la dureza a mi polla casi de inmediato, chupando con fuerza mi pene y abriendo su garganta para realizarme una magnífica “garganta profunda”. Podía sentir mi polla atrapada en un túnel estrecho de carne cálida y sus labios sobre mi vientre. Las contracciones de su garganta, como si quisiera deglutir un alimento, me volvían loco. Santi, recostado en el sillón de cuero, desnudo y con las piernas muy abiertas, nos miraba. Su monstruso pene colgaba entre sus piernas, semi flácido, apoyado lascivamente en su saco de bolas. Tenía los ojos medio entornados, pero no perdía detalle. Mario notaba mi respuesta a sus caricias, mi polla había crecido en su garganta y estaba como un poste de dura. Levanté las nalgas de la cama, empujando con fuerza para meterme más dentro aún, apoyado en mis hombros y mis pies. Luego puse los muslos sobre sus hombros, exponiendo mi culo a su vista. Mi respiración era irregular mientras esperaba que su lengua me penetrara.
Estaba mucho más relajado que en el salón y sentí su lengua humeda retorciéndose en mi entrada, perforándola. Gruñí y abrí más las piernas. En ese momento oí crujir la silla de cuero y vi a Santi moverse hacia nosotros por el rabillo del ojo. Sentí que me colocaba unas almohadas debajo de mis riñones y nalgas.
- Tendréis que poneros más cómodos, ¿no creéis, chicos?
Su voz tenía escondía una sonrisa lasciva. Me relajé sobre las almohadas y cerré los ojos. Sentía mi polla muy dura y caliente, pero no quería tocarla. No quería confundir las sensaciones que me estaban llegando desde de mi trasero; no quería perderlas por el mero hecho de hacerme una vulgar paja. Me sentí relajado, suelto, cachondo. Creo que por un momento entendí cómo se siente una mujer cuando se abre a un hombre. El desenfreno crea un vacío que necesita ser llenado con el deseo de otra persona. Sin saber porqué, acerqué mis manos a mi pecho, sujeté mis pezones entre mis dedos pulgar y corazón y comencé a tirar de ellos. Al instante se pusieron tiesos y duros, una corriente eléctrica parecía conectarlos con mi culo. Podía sentir que mi cuerpo se licuaba, recorrido por las sensaciones y el placer. Me oí gemir como una auténtica puta, mientras respiraba cada vez con más dificultad.
Noté que Mario se levantaba de la cama y se alejaba de mí. Abrí los ojos. Santi estaba de pie a un lado de la cama untando lubricante en la polla de Mario. Lo extraía de una botella grande con un dispensador, como si fuera crema para el cuerpo. Mario estaba de rodillas entre mis piernas ampliamente abiertas y relajadas. Mi culo apuntaba hacia él. Mario me miró a los ojos. Su mirada directa, y mostraba claramente su intención. Los dos sabíamos lo que quería, lo que venía a continuación. Y yo, creo que lo estaba deseando.
Santi retiró su mano y sentí que Mario se acercaba a mí. Levantó mis piernas sobre sus hombros. Dejé caer la cabeza sobre la cama y cerré los ojos. Mis dedos tiraron y retorcieron mis pezones. La habitación se volvió etérea y cálida. La polla de Mario rozó varias veces mi agujero, era una sensación muy agradable. Podía sentir la suavidad y la dureza al mismo tiempo. Tenía el esfínter algo dilatado y resbaladizo por su saliva y por el lubricante de su polla. Apoyaba la punta, presionaba un poco dilatando la entrada y volvía para atrás. El juego de querer entrar y no entrar me volvía loco. El deseo se iba incrementando, deseaba que entrara de una vez… y levantaba el culo para ir a su encuentro. Por fin noté que su glande se quedaba encajado y él no hacía ningún movimiento para sacarlo; todo lo contrario, seguía encajado y comenzaba a presionar. ¡Uf, qué gusto! Mi culo cedió, se abrió para recibirlo, como una onda en el agua cuando una piedra cae en ella. Noté una pequeña resistencia de mi esfínter. Se rebelaba contra mis deseos. Se negaba a dejar entrar esa resbaladiza y dura polla. Lo sentía presionar hacia adelante, la puerta cedía poco a poco. Respiré profundo y me relajé. El resultado fue el esperado, su cabeza entró del todo. Una sensación indescriptible recorrió mi culo. Es curioso ser penetrado sin saber ni imaginar las reacciones de tu cuerpo. Su polla avanzaba hacia mi interior despacio y yo sentía cada centímetro de ella despertando mis deseos más escondidos y elevándome al séptimo cielo. Comenzó un leve movimiento de mete saca que me enervó. La excitación era natural, menos inducida que cuando me pajeaba. Mario se inclinó hacia adelante echándose encima de mí. Su polla entrando y saliendo de mi culo era como un pistón lento recorriendo en uno y otro sentido el cilindro de mi culo, una auténtica locura. Jamás hubiera pensado las dulces sensaciones que estaba experimentando. Unas sensaciones nuevas, desconocidas, que me hacían gemir y jadear de placer. Me besó los labios y le devolví el beso con la misma intensidad que lo hacia con mis novias
- ¿Te gusta lo que se siente? – me susurró al oído.
- Mmmm, sí… - medio gruñí.
No pude decir nada más. Su pregunta era casi retórica, mis gestos y mis reacciones eran un signo inequívoco de su gran victoria: penetrarme sabiendo que me jactaba de ser un heterosexual incondicional. Mi ano cada vez más resbaladizo luchaba por no dejar escapar este hermoso y cálido cilindro cada vez que se retiraba de mi. Sus idas y venidas se iban haciendo más profundas y rápidas. Me volvía loco con cada entrada, deseaba que volviera a salir para deleitarme con cada nuevo puntazo. Más dentro, más profundo… Se paró muy dentro de mí, empujando sus caderas al máximo. Sentía su aliento cálido en mi cara y en mis labios. Me miró observando mis reacciones. Sus caderas comenzaron a moverse de forma circular. Mi culo estaba completamente relajado y su pene se movía en mi interior como un mimbre cimbreándose por el viento. La punta de su polla en lo más profundo de mi culo hizo que gimiera de placer. Unas nuevas y deliciosas sensaciones me recorrían todo el cuerpo. Se iniciaban en este centro neurálgico y se expandían como olas por todo mi cuerpo. Me besó otra vez y le correspondí con pasión. Nuestras lenguas jugaron, nuestros labios succionaban, nuestros cuerpos parecían querer fundirse el uno en el otro. La conexión entre nuestras bocas y la penetración en mi culo se hizo más latente. No sabía si su polla me llegaba a la boca o era su lengua la que penetraba mi culo. ¡Oh, dios, qué placer y qué locura…! Las sensaciones dentro de mi culo eran tan intensas que se hacía insoportables. Y yo me movía de forma incontrolada queriendo llegar ya al orgasmo. Me sentí pleno. Abandonado a mi torturador, esperando mi pequeña muerte…Mario comenzó a follarme de nuevo. Podía oir el chapoteo de su miembro entrando y saliendo sin dificultad de mi culo bien abierto y receptivo. Mi culo soltó una serie de pedos. Me sentí sucio, pero saber que me estaban follando el culo me encantaba. Sentía las respuestas de mi cuerpo descontrolado, gimiendo como una puta y pidiendo más y más.
Noté que la cama se hundía. Santi se sentó detrás de mí. Levantó mi torso y puso sus piernas a ambos lados mi cuerpo. Me levantó para que descansara en su pecho y entre sus piernas. Sentí mi espalda caliente y sudorosa contra su frío y piloso pecho. Mario levantó mis piernas sobre sus hombros y volvió a su trabajo. Esta vez me folló más rápido. Santi cruzó sus brazos sobre mi pecho y me abrazó con fuerza.
- ¿Cómo estás, hombre hetero?
- ¡Oh dios, Santi! Me encanta… - logré decir entre jadeo y jadeo.
Estaba totalmente entregado a la pasión y a los embates de Mario; murmurando incoherentes súplicas, y obscenidades. Santi me besó en la frente y comenzó a jugar con mis pezones. Una nueva sensación me invadió. Mi polla, a la que tenía totalmente olvidada, dio un respingo, se tensó un poco más de lo que ya estaba. Una respuesta incontrolada a la sensación de mis pezones castigados. Mario estaba a punto de correrse. Sus embestidas eran muy rápidas y fuertes, su respiración más agitada y sus gemidos, gruñidos inconexos. Pero, sin saber porqué, mi excitación parecía haberse estancado. Me sentí raro, algo decepcionado. El calor de las embestidas que soportaba mi culo no parecía conducirme al orgasmo. Fue descorazonador notar como Mario comenzaba a tener ya los primeros síntomas de su inminiente corrida y yo me alejaba de ella. No sentía que pudiera correrme de inmediato. Mi cuerpo necesitaba más aprendizaje, sin duda. Me sentí inundado con un sudor frío de frustración.
Mario movió violentamente su polla en mi culo y mantuvo su cuerpo rígido mientras las ráfagas de su esperma cálido me inundaban copiosamente. Gruñía como un cerdo y tenía los ojos cerrados, sudoroso, con los pelos mojados y totalmente despeinado. Le sonreí mientras se relajaba. Santi extendió la mano sobre mi torso y acarició el brazo de su novio.
- ¿Estás bien, Lorenzo? - Mario parecía exhausto, pero preocupado. Le sonreí y apreté su suave polla en mi trasero.
- Si las sensaciones son maravillosas, aunque algo decepcionado: no me he corrido.
- Lo sé, y lo siento…
- No tienes porque disculparte, seguro que yo soy el culpable… No saques la polla de mi culo aún, me encanta sentirla ahí, aunque no sé cómo correrme con una polla dentro.
Santi me apretó fuerte mientras los dos reían. Cruzaron una mirada cómplice y Mario se movió dejando escapar su polla de mi interior. Sonrió:
- ¡Oh, creo que tendremos que aplicar otro método contigo!
Santi me atrajo hacia él. Podía sentir el semen de Mario saliendo de mi agujero mientras me sentaba en posición vertical. Podía sentir la polla de Santi presionando en la zona baja mi espalda mientras su mano bajaba por mi vientre y agarraba mi polla rígida. Gemí cuando él comenzó a pajearme suavemente. Me sentí bastante decepcionado, yo no quería correrme así. Aunque era agradable sentir su mano alrededor de mi mástil.
Sentí su aliento en mi oído:
- ¿Estás dispuesto a continuar o ya has tenido suficiente por una noche, amigo?
Mi pecho se contrajo de emoción y miedo. Sabía lo que estaba sugiriendo. Puse mi mano sobre su muslo cuya dureza y vellosidad me era desconocida.
- Debes estar bromeando…
- No querrás que bromee, ¿verdad Lorenzo? No has llegado tan lejos como para no querer sentirme dentro de ti. Déjame que me ocupe de yo y sabrás lo que es tener un buen orgasmo anal… Lo estás deseando.
Sentí que me presionaba hacia adelante. Alcé las piernas por encima de las suyas y me senté sobre sus muslos. Sentí sus huevos frotando mi culo que aún rezumaba los líquidos de Mario. Santi me soltó la polla cuando me puse de rodillas, me eché hacia adelante y apoyé las manos en la cama, arqueé la espalda y le presenté mi trasero bien abierto. Esperé.
Sentí su glande hinchado, resbaladizo y duro recorriendo toda mi grieta. Frotó su polla varias veces, entre mis nalgas embadurnándola con los fluidos. Había un fuerte olor a semen en la habitación. Era algo, sucio y muy emocionante. Mi agujero se contrajo violentamente alrededor de su pene cuando comenzó a
insertarse. Era un beso de entrada. Su tamaño era considerable, más ancho que mi agujero. Aunque dilatado no lograba rodearlo. Empujó un poco más fuerte. Mi esfínter cedía, pero sentí un dolor punzante y terrible. Mi gesto de dolor hizo que me levantara y él se retirara de inmediato. Ahora me quedé casi sentado sobre sus caderas, con su pene espachurrado por mis nalgas. Santi estaba acariciando mi espalda y haciendo que me relajara. Me alcé un poco y su polla quedó libre. Busco con su glande de nuevo mi agujero y lo dejó preparado para entrar.
- Ahora serás tú quien imponga el ritmo – dijo- Vete sentando poco a poco sobre él… Si te duele, paras; así irás te tomarás el tiempo que necesites… Te aseguro que acabarás con toda mi enorme polla dentro de tu culo.
Me gustó la petición. Con las piernas a ambos lados de sus caderas, de espaldas a él, podía sentir mi culo bien abierto y dilatado. Su glande era como una enorme bola de carne suave y cálida que tenía que meterme sin prisa, peso sin pausa. Me dejé caer y sentí como mi esfínter cedía. Me quedé quieto, acostumbrándome a este nuevo tamaño. El dolor se mezclaba con el deseo. Quería tener toda su polla dentro de mí, como Mario la había tenido hacia apenas una hora. Me izé ligeramente y me dejé caer de nuevo. Sentí que su glande se colaba más adentro. Dolía, pero sabía que debía aguantar. Mi polla se había quedado hecho un guiñapo. Respiré hondo y empujé de nuevo hacia abajo… uno, dos, tres segundos… Mi esfínter cedió y con la fuerza de mi empuje, detrás del glande, acabó entrando casi la mitad de su polla. ¡Uuummm, que dolor…! ¡Y qué delicia! Mario nos contemplaba sentado a mi lado en la cama. Se acercó a mí, me beso en los labios y su mano agarró mi polla arrugada y condujo sus labios hacia ella.
Su boca era cálida y reconfortante. De inmediato olvidé el dolor. Mi pene se puso rígido en su boca. Sentí una oleada de lujuria cuando lo engulló hasta su garganta. Se tumbó boca abajo con la cabeza entre mis muslos y me incliné hacia sus nalgas, empujando mi trasero hacia Santi. Esta vez la cabeza, el calor y la suavidad de la lengua de Mario me hicieron sentir la dulce sensación de la fricción de la polla de Santi en mi culo. Me senté de golpe y enterré toda su arma en mi interior. ¡Uf, cómo la sentía empujando mis paredes hacia afuera! Era enorme, pero, a pesar de presión que ejercía – o quizás por esa misma presión- me sentí al fin relajado y muy excitado.
- ¡Oh, mierda! Santi, está toda dentro ya… -exclamé, sintiendo como mis nalgas se apoyaban en su vientre.
Mario tenía dificultades para sujetar mi polla dentro de su boca, así que se incorporó y de rodillas quedó mirándonos. Su polla estaba dura de nuevo y comenzó a masturbarse lentamente.
- Joder Santi, tienes una polla enorme … no puedo creer que la tenga toda dentro del culo. ¡Es increíble! ¿Y sabes una cosa…? ¡Me gustaaaa…!
- Todavía no sabes lo que se te viene encima, amigo – dijo con voz cariñosa.
Levanté mis bolas y me asomé para ver la penetración. Su enorme polla había abierto mi culo de forma bestial. Seguro que me ahora me cabría una bola de billar sin problema. Solo veía la raíz de su polla hinchada y sus pelotas colgando por debajo. La apreté con los músculos de mi esfínter. Sentí que apenas cedía, seguía igual de apretada y dura. Acaricié los pocos centímetros de piel que no estaban dentro de mi. Una oleada de sensaciones se fue acumulando en mi agujero y comencé a mover mis caderas de forma rotatoria, notando como su polla chocaba con las paredes de mi culo. Me sentía, lleno hasta reventar, repleto y terribemente excitado. Mi cara ardía, sudaba por los cuatro costados. Todo mi cuerpo ardía y mi corazón latía con fuerza en mi pecho, como un tambor dando un repique constante. A mi espalda sentía el calor de Santi. Imaginaba que está situación también era tabú para él: tenía su polla dentro del culo de su mejor amigo. De nuevo me sentí abrumado por las sensaciones. Giré ciento ochenta grados sobre ese eje que me perforaba y me puse mirándole a la cara. La rotación me hizo gemir de placer. Me incliné hacia su pecho y noté como su polla se salía unos centímetros de mi agujero. Dejé caer mi cabeza al lado de la suya y abrí más las piernas, empujando el trasero de nuevo hacia su arma.
- Por favor, Santi… ¡follamé! - le susurré al oído.
Comenzó a moverse, deslizando su pene lentamente, hacia afuera y luego hacia adentro. Notaba centímetro a centímetro toda toda la longitud de su enorme polla. Al salir, no quería dejarla escapar, y mi esfínter se cerraba tras su salida casi total; al entrar, el gozo era inenarrable, mi culo se volvía a dilatar y su mástil me rozaba durante segundos la próstata… ¡Uuummm, era delicioso! Un goce profundo desde lo profundo de mi ser. Me dejé llevar por ese ritmo lento, un auténtico martirio. Nuestros pechos juntos, sudorosos y nuestros corazones latiendo asincopados. Una auténtica locura. Mi polla se había relajado de nuevo y todo mi goce se centraba en mi puerta trasera. Entendí entonces los gritos de mi novia y su locura cuando la follaba el culo. El ritmo de Santi se fue intensificando. El deseo iba “in crescendo” y mi cuerpo pedía más y más…
- Espera, cambiemos de posición – me dijo - así no me muevo con libertad…
- Vale, dime cómo quieres que me ponga – respondí completamente entregado a su demanda.
Mi culo se quedó huérfano por un momento. Me colocó tumbado boca abajo en la cama con las piernas abiertas y me dijo que levantara un poco las caderas y me quedara sobre mis rodillas. Con el culo en pompa, mi agujero quedaba bien expuesto, abierto a su vista y a las entradas de su verga. Se colocó entre mis piernas y volví a sentir su enorme glande acariciando mi agujero. No se demoró. De una estocada me la clavo de nuevo hasta las bolas. Grité. No sé si de dolor, de placer, o de ambos al tiempo. Otra vez me sentí lleno y feliz. Su nuevo mete-saca no se hizo esperar. Unas cuantas estocadas muy despacio y unas con ritmo más febril… luego volvía a ir despacio. Era como si fuera cabalgando sobre mi: al paso…, al paso…, al paso…; al trote…, al trote…, al trote…; al galope, al galope, al galope… Y otra vez al paso, al paso… Un buen torturador. Cada vez que aumentaba el ritmo creía llegar al éxtasis, pero sabía medir los tiempos y me dejaba a punto de llegar al orgasmo. Mi polla ahora sí estaba dura como una roca, frotándose contra las sábanas y vertiendo gran cantidad de líquidos seminales. El resto de mi cuerpo era una masa inerte, sin fuerzas y entregada a los caprichos de Santi. Tenía la cabeza inclinada hacia mi lado derecho y podía ver a Mario pajeándose. Lo hacía tranquilo, pero su polla estaba a punto de explotar. Húmeda y muy tersa.
- Fóllalo como tú sabes, Santi… Destrózale el culo… Haz que no quiera hacer ya otra cosa…
Nos estaba mirando a ambos excitado por la escena y disfrutando al ver como la polla de su novio entraba en mi culo sin ningún tipo de misericordia. Me sentí sucio, cachondo y deseable bajo su mirada. Me sujeté fuerte con los codos para oponer resistencia a las embestidas de Santi. Eso le hizo reaccionar. Respondió golpeándome con más fuerza. Y comenzó a gruñir mientras su pene llegaba a los más profundo de mi cuerpo. Sus muslos golpeaban contra mis nalgas y la longitud total de su pene desaparecía en mi interior. Me estaba follando como una ametralladora y mi culo comenzó a arder…
- Dios, me encanta, no voy a aguantar más a este ritmo. Me vas a partir en dos.
- Te gusta… ¿verdad…? Dime que te gusta…. Pídeme que te rompa el culo… - acertó a decir entre jadeos y respiraciones entrecortadas.
- Dile que te encanta - apuntó Mario - Le gusta oírnos decir eso mientras disfruta de un culo.
Ver a Mario empatizando con mi goce y mis delirios me agradó. No había celos ni mosqueos entre nosotros. Al fin y al cabo, era su novio el me follaba y yo su mejor amigo. Ello aumentó mi placer.
- Sí, fóllame más fuerte - gemí haciendo caso a Mario.
Santi me golpeó violentamente un par de veces más y luego sacó su polla por completo. Jadeé sorprendido y conmocionadoa cuando la intensidad de la sensación se detuvo de repente. Y grité de gusto cuando de nuevo hundió su poderosa arma dentro de mí.
- ¡Oh, dios, sí, me encanta sentirla dentro de mí! Es una locura…
Veía a Mario como en una nebulosa, con su mano subiendo y bajando, frotando con fuerza en su mástil.
- ¿Estás disfrutando eh, Santí…? – le oí decir – Ya no está tan pretado su culito, ¿verdad?
Y dejé de verle. Una oleada de placer me inundó por completo. Haciéndome perder casi totalmente la consciencia. Jadeaba como un perro, gruñía, gritaba diciendo palabras y frases inconexas, rogando que el martirio acabara ya. Sujeté mi polla con una de mis manos, volviendo a centrar en el pene de Santi que me golpeaba salvamente. Sentí una pausa, una especie de vacío y luego, una sensación de ingravidez… Un increíble orgasmo surgió desde el fondo de mi ser, como un geiser que acaba de explotar. Mi culo comenzó a sufrir espasmos comprimiendo la gruesa polla de Santi. Una reacción descontrolada de contracciones involuntaria que extendieron por mis piernas y mi abdomen, llegando hasta las puntas de los pies y de mis manos. Y al tiempo una cálida efervescencia emanando de mi polla, como un torrente de lava que fluía lentamente. Las manos de Santi me sujetaron con fuerza las caderas impidiendo mis movimientos. Sentí que su polla se hinchaba aún más. Y así, empotrados el uno con el otro, recibí una serie de descargas cálidas inundando mi interior y haciéndome disfrutar aún mas del gozo que sentía. Ambos comenzamos a retorcernos. Yo buscando más y más placer; y él, sin soltarme, queriéndome dar más y más. Seguí sintiendo su polla muy dentro moviéndose y escupiendo lava y sin perder ni un ápice su rigidez, durante unos segundos más… Me incorporé sobre mis rodillas, giré mi cabeza y le besé. Fue un gesto de agradecimiento, me salió de forma inconsciente.
Santi me estaba apretando contra su pene y sosteniéndome fuertemente contra su pecho. Su polla se sentía más grande que nunca, y yo me sentía agotado y muy caliente. Y así, entre jadeos y suspiros ambos fuimos relajándonos. Y caimos de bruces a la cama. Él todavía dentro de mi culo y yo no queriendo perder esa sensación de sentirme lleno y satisfecho.
Aun sentía que mi ano se contraía de forma involuntaria sobre su pene, cada vez menos turgente. Y sentía los gemidos de su placer en mi espalda. Mario volvió a subir a la cama delante de mí y puso sus manos sobre mis hombros. Nos abrazamos como dos amantes y le besé en la boca. Me sentí en la gloria entre el calor de los cuerpos desnudos de estos dos hombres. Satisfecho y agotado no creía que aquello hubiera pasado y no quería que acabara jamás. Nos miramos sin decir nada. Tan solo una sonrisa se dibujo en nuestros rostros. Los tres estábamos exhaustos. Al poco tiempo sentí como la polla de Santí se salía de mi culo, a pesar de mis esfuerzos por retenerla. Sentí un enorme vacio. Un hilillo de semen empezó a gotear de mi culo, recorriendo mi canal y rebosando por mi nalga hasta embadurnar nuestros muslos. A pesar de sentirme sucio, no quería moverme. Quería sentir la cálida intimidad de nuestros abrazos. No quería que este momento terminara. Había vivido algo increíble, algo que jamás hubiera imaginado.
Pensé en mi novia, en cómo ella había experimentado un despertar similar cuando la había follado el culo. Ahora la comprendía. Yo había sentido lo mismo. Había entendido la locura que es el sexo anal. Un sentimiento de cariño me hizo pensar en esa velada: decidí que tenía que compartir cuanto antes esta experiencia con ella.
Published by SirLawrence23
1 year ago
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